Hacerlo de nuevo. Plagiarse a sí mismo y seguir. En Tucumán, plaza siempre ligada al deseo empantanado, River tendrá esta noche de viernes un objetivo: no dejar de ser ese equipo arrollador, directo, cuco, al que (exageradamente, vale) hay quien se atrevió a batirlo a duelo con el Manchester City. Quizás por la impresión exacerbada que deja verlo andar en comparación con otros tres grandes que por contexto han perdido vigor de puntos. Y de fútbol.
Hacerlo de nuevo. River quiere ganar, lo que a nivel doméstico mejor le sale: las ocho victorias consecutivas por LPF sin gol alguno en contra son medida de su presente local.
Los nueve puntos que le puede sacar a San Lorenzo -al menos transitoriamente- también son muestra de su potencial: si elastiza su racha alcanzará una diferencia que -a la vista del difícil cruce ante Vélez que tiene el escolta, único integrante del big five que da pelea con sus armas- se certificará.
Hacerlo de nuevo podría significar hacerlo de nueve. Presionar al que persigue y revalidarse en ese cenit del campeonato en las vísperas de un mes agitado.
En el José Fierro, la primera parada
Tucumán será primera escala de un mayo desafiante. Por el desgaste -14 mil kilómetros de recorrida- y por el valor implícito que tendrán los compromisos pesados que River afrontará.
Empezará con Fluminense en el Maracaná, decisivo para la aspiración de pelea en la Libertadores y medida real internacional para comprobar si efectivamente está para cosquillear a los gigantes. Y seguirá con Sporting Cristal en Perú, adversario que en la Argentina desnudó (como The Strongest antes) que River es vulnerable.
Pero, claro, en el medio irá Boca al Mâs Monumental para un encuentro que sumará más crédito que puntos si es ganado por Martín Demichelis al ser su primer clásico.
Entendiendo, desde la lectura del ciclo exitoso que lo precedió, el valor que implica ganarle al rival de siempre. Todavía más cuando está (por ahora) en la lona y entre sus virtudes se arroga haberle ganado los últimos superclásicos a su cuco.
Hacerlo de nuevo entonces es muy importante para River. Sobre todo con el desafío extra de repetir con una base remixada ese soplido arrollador que consigue con sus titulares de gala.
Ese banco de 40 millones de dólares debe justificar su cotización: tendrán Miguel Borja, Salomón Rondón y Andrés Herrera la chance de dar otro paso hacia adelante en el ranking de consideración, copiando el caso de José Paradela, desetiquetada primera opción que no aparece entre las alternativas de frac porque Esequiel Barco también se le rebeló al rótulo que se ganó en 2022 para trandformarse en un jugador de equipo.
También será oportunidad para Pablo Solari, recargado luego de atravesar el duelo por una difícil pérdida personal, y para Santiago Simón, juvenil al que Demichelis ve volar en el River Camp y que -confesó- le cuesta mucho cortarlo de la titularidad.
Y en esa línea aparece Agustín Palavecino, otro suplente VIP que en el Monumental tucumano intentará demostrar por qué el DT lo piensa como un 5 alternativo a Enzo Pérez.
Hacerlo de nuevo es un desafío tentador ante un horizonte repleto de finales conceptuales. River ya mamó el mensaje de Demichelis: al clásico hay que llegar bien. Subiendo peldaños de humildad a medida que se escala en la tabla para que nadie se sienta campeón con 33 puntos o con 36.
Más allá de que la multitud que se agolpó en un banderazo impactante presienta algo bueno. De que se ilusionen, ellos, con continuar con el impulso ganador del tiempo pasado que se sabe mejor, pero sin nostalgia porque el presente está a la altura.
Cada uno de los pibes y pibas, niños y niñas, jubilados y adolescentes que se acercaron a saludar en Tucumán quieren estirar la ventaja a nueve por al menos un ratito, llegar a nueve victorias consecutivas y quedar a tiro del récord histórico de San Lorenzo (13 triunfos consecutivos en 2001)…
De conseguirlo, River nutrirá el fervor que se vio en ese Jardín de la República. Allí, por esencia, intentará hacerlo de nuevo. O de nueve.