La frase conocida: “nacer, crecer, reproducir y morir”; sería un camino demasiado triste y simple de cumplir, antes de dejar nuestra existencia material. Nuestra formación y educación productivista y consumista, nos programa a alcanzar objetivos, metas y el éxito deseado en todas las áreas posibles de la sociedad. Con alguna razón, tener lo suficiente para vivir o subsistir sería un derecho para toda la humanidad y éste derecho, no es solamente el sentido de estar aquí en este planeta.
El tiempo es corto y hay un imperativo superior entonces, que debería impulsar a la humanidad a tener una vida distinta y no solamente vivir enmarañados en la materialidad y la mera satisfacción, lo cual, pone en riesgo a la sociedad, enfriando nuestro corazón, siendo indiferentes ante los demás, generando un egoísmo lacerante, que ya nos está pasando factura, especialmente en estos tiempos de crisis sanitaria, económica y social global.
Corrientes como la cultura del exceso; con un fin primordial del tener, dejando de lado el ser integrado en: cuerpo, mente y espíritu; han desencadenado una pérdida del equilibrio, descuidando mayormente nuestro espíritu; como el factor clave en tiempos difíciles, ya que la fe, la perseverancia y la constancia, han hecho que la humanidad, se levante de hechos verdaderamente catastróficos.
El desarrollo espiritual, lo hemos dejado a un segundo plano, como que fuese un ámbito privilegiado de pocos religiosos, místicos o gurús, enrumbándonos mayormente por caminos superficiales, en una sociedad masivamente interconectada, enclaustrada en la tecnología, en las comunicaciones, redes sociales; y en un mundo virtual algo ajeno y artificial; que nos quita la vida pasivamente.
Una tarea pendiente en tiempos de pandemia, para todos, sería cultivar en algo, nuestro espíritu desde la niñez, para conectarnos con un ser superior y en una comunión fraterna con los demás; pues nuestra existencia, no termina en la muerte material, transcendemos con el amor en nuestras relaciones y nuestras obras con el prójimo. Recuperemos entonces nuestro equilibrio, en un reencuentro con el Creador, para irradiarlo en la familia, amigos, trabajo y demás aspectos de la vida, que nos ayude a gestionar mejor nuestra existencia en busca del bien común, empecemos a conocer más de la espiritualidad, a meditar las enseñanzas que nos ofrece, independientemente de nuestro credo, para crear un futuro realmente de hermandad, liberador y protector de la vida en todos sus aspectos.