Por aquel Vélez campeón del Clausura 2005, Miguel Ángel Russo se iba sorpresivamente a Boca con la bendición de otro viejo zorro como Coco Basile, que asumía en la Selección. ¿A qué viene todo esto? A la enorme vigencia de un luchador como el actual técnico de Rosario Central, que sin dudas se ganó un lugar en lo más alto del fútbol argentino. Pasaron casi 20 años y el hombre de amplia sonrisa a los 67 años la pelea como un pibe. Sin sanata, con su eterna pasión por el juego. Competidor empedernido.
Pocos tipos en el fútbol consiguen lo que él. No solo en títulos sino en transformarse en símbolo de varios clubes. Lo cobijan en Estudiantes, donde se formó, donde siempre es bienvenido. Lo supieron reconocer en Vélez. Lo adoran en Central, donde volvió por quinta vez y ahora fue campeón. Y se convirtió, nada menos, en uno de los tres entrenadores en lograr una Libertadores con Boca, con un fútbol total en 2007, sumándose al Toto Lorenzo y a Bianchi.
Tiene Russo esa virtud de tratar de adaptarse a lo que le toque dirigir. Lo supo hacer en Boca, cuando Riquelme lo convocó, como ahora Gonzalo Belloso en Central para arrancar su ciclo como dirigente. Y con esa estirpe luchadora que lo caracteriza, como cuando peleó contra un cáncer dirigiendo en Colombia y no se rindió. Le pudo arañar un campeonato a River en la última fecha, con momentos de muy buen fútbol. Y ahora en Rosario mostró parte de su repertorio que ya es histórico: hizo explotar a Campaz, un colombiano que no había funcionado en el Gremio; confió en Fatura Broun y en la pegada de Malcorra. Y armó un equipo áspero, ordenado, que sufría de visitante, pero que se fue asentando después de ganar el clásico con un zapatazo.
Russo es una marca del fútbol argentino, sin dudas, el mismo que casi dirige a la Selección cuando agarró Maradona. Es muchísimo más que el “son decisiones”.