Martín Demichelis logró dos cosas muy difíciles en los 385 días que lleva como técnico de River: 1) Salir campeón enseguida sorteando la vara altísima que dejaba el ciclo del Muñeco Gallardo. 2) No entrar en el paladar del hincha, pese a, justamente, salir campeón después de Gallardo, de haber ganado los dos superclásicos de su ciclo, de haberles sacado un millón de puntos a Boca y al resto en la tabla general y de, ahora, ser el único de los grandes en meterse en semis de la Copa de la Liga.
¿Por qué un entrenador como Demichelis, casi irreprochable desde lo números y surgido incluso de la cuna riverplatense, es mirado de reojo por gran parte de la gente? ¿Cómo es posible que hoy, con el equipo a solo dos partidos de otro título, su técnico no haya logrado un consenso mayor? ¿De qué modo se explica que, en un año con más alegrías que tristezas en lo deportivo (y encima con Boca quedando fuera de la Copa), algunas encuestas realizadas en los programas de TV den que siete de cada diez hinchas estén disgustados con el trabajo de Micho? ¿Es por esa sombra llamada Marcelo Daniel Gallardo? ¿O es porque el paladar del hincha millonario resulta demasiado exquisito?
Si se lo compara con otros clubes, quizás suene exagerado el malestar. Ahora, si se toma en cuenta la vara que estableció este mismo equipo en el primer semestre del año, que haya cierto fastidio no parece tan desmedido. Porque River, no caben dudas, ya no es el mismo y el propio involucrado lo reconoce.
Por más que esté a dos partidos de otro título, y que incluso pueda aspirar a un tercero (el Trofeo de Campeones), está claro que el River de la Copa de la Liga está lejísimos de aquel campeón. Y ahí hay que marcar un punto de inflexión: el 4 de septiembre de 2023. “Explotó el cabaret en River”. “Estalló el Demichelis-gate”. “River y el peor escenario: filtraciones, reuniones y polémica”. Esos fueron algunos de los títulos de las webs de ese día. Un día en el que todo cambió. Un día en el que ya nada fue lo mismo. Entre el técnico y el plantel, pero también en la relación con la gente.
Esas filtraciones en el vestuario, también se trasladaron a la tribuna. Si luego de ser campeón, Demichelis era muy aplaudido cuando la Voz del Estadio lo mencionaba, a partir de ahí pasó a recibir unos tibios aplausos. Y ese declive en su popularidad se sumó a lo que había sido un duro golpe, casi un mes antes: la rápida eliminación de la Libertadores contra el Inter en Brasil (8 de agosto), en los octavos. Ni el abrazo -no muy expresivo- entre el técnico y Enzo Pérez en el triunfo ante Arsenal ni tampoco el veranito que vivió el equipo en octubre (triunfo ante Boca y goleadea 3-0 al Rojo) lograron maquillar la tensión interna. Encima, el River de noviembre fue una sombra (derrotas ante Huracán y Central, y empate flojísimo frente a Instituto).
Rumbo cambiado
Así, el River de Demichelis pasó a ser un equipo incapaz de trasladar la supremacía de su plantel a la cancha, ya sin una formación definida ni parámetros que permitan entender las elecciones del entrenador. Un entrenador mirado con desconfianza por aquel episodio, pero también por sus decisiones tácticas: hoy se le cuestionan la superposición de funciones en el medio, las penurias en el lateral derecho, el dilema del 9 (por ejemplo, el domingo, Rondón fue tendencia en redes hasta el gol por los que era otra flojísima actuación), el matrimonio por conveniencia con muchos referentes para mantener la calma en el vestuario y los escasos minutos concedidos a Echeverri…
Más allá del pase a semis, River aparenta ser un equipo en cortocircuito: cuando se conecta puede echar toda la luz de su fútbol aunque, sin más, de repente puede apagarse. Si eso es consecuencia del cansancio de una ardua temporada dentro de la cancha o el producto del desgaste de una ardua temporada fuera de ella se podrá determinar con el tiempo.
Lo concreto es que, aunque esté a dos partidos de ser campeón, Micho todavía es observado de reojo. ¿Un título en la Copa de la Liga podrá modificar esto? Será cuestión de verlo…