No fuimos lo que solemos ser”, dijo Martín Demichelis en el arranque de su conferencia de prensa post derrota ante Argentinos Juniors. Es cierto que su River no juega siempre tan mal como en estos últimos dos partidos. Por el contrario, ha tenido, con más o menos brillo, una gran cantidad de presentaciones en las que jugó a otra cosa y superó a sus rivales de turno. Lo que a esta altura no parece ser cierto es que River no es esto. Esto: un equipo que es uno como local y otro fuera de casa. Un equipo al que no le gusta salir de su zona de confort, situada específicamente en Avenida Figueroa Alcorta 7597, al que le cuesta, no le gusta, jugar en otros contextos, con otro público, otros campos de juego, otras dimensiones (y fue elocuente, en ese sentido, la declaración de Leandro González Pirez). River es, y desde hace mucho tiempo, esto.
Es un equipo que parece sentirse cómodo con los torneos de tiro largo que dan revancha domingo a domingo, con las tablas de posiciones en las que saca varios cuerpos de ventaja a nivel local e internacional, y disminuido en los partidos sin mañana, esas series a 90 ó a lo sumo 180 minutos que definen las cosas importantes. Es un problema. Es un problema que no es nuevo y que a esta altura, lamentablemente, se ve ya identitario. Pero, sobre todo, es un problema que se multiplica por contexto: el contraste de rendimiento del CARP jugando en Núñez y haciéndolo fuera de casa, contra equipos más débiles (de los que abundan en nuestro extravagante fútbol de 28 participantes) y contra rivales de peso, en partidos que dan tres puntos o en partidos eliminatorios, es al mismo tiempo otro contraste, abrupto e ineludible, con una era Gallardo que formó equipos que -a la inversa- podían bajar la tensión en las ligas locales, que tenía peores números de efectividad en Núñez, pero que daba una seguridad poco habitual en los duelos decisivos, esos que cotizan alrededor de mil o un millón de veces más que un triunfo a Central Córdoba, que siempre iba a estar a la altura en las paradas bravas incluso en la derrota, que disfrutaba, casi que necesitaba, de ese tipo de motivación.
El ciclo del Muñeco, en una línea de tiempo histórica, terminó ayer nomás y lógicamente proyecta su sombra sobre este que comanda Demichelis en la mirada de un colectivo riverplatense que, como aceptó ayer el entrenador, seguramente mostrará su descontento este jueves, en una escena que se verá extraña para los hinchas de otros clubes, pero entendible para el curso actual del paladar River. Y es que el equipo, con una goleada que asoma más que posible ante el débil Deportivo Táchira, puede asegurarse terminar como el mejor clasificado de la fase de grupos entre todos los que participan de la actual edición de la Copa Libertadores. En todo caso, el adivinable enojo de la gente puede tener que ver con una sensación que a esta altura no parece ninguna epifanía: si River no cambia en tiempo récord una esencia ya marcada, si no trae refuerzos de jerarquía, si no emergen o se incorporan repentimente los líderes que necesitan los equipos que hacen historia y que hoy le faltan dramáticamente al CARP, si el entrenador no les llega a sus jugadores, entonces difícilmente alcanzará con la ventaja que implica definir todas las llaves de playoffs de la CL en un Monumental donde parece poco menos que invencible para pelear seriamente el torneo que todos quieren: este River, así como está armado, dio ya demasiados motivos para pensar que cuando aparezcan en el camino los rivales reales de cada Copa, raramente estará a la altura de las circunstancias.
Los muy buenos números, los porcentajes en los que se sostuvo hasta acá esta etapa cada día se advierten más como la cáscara de algo vacío que como la consecuencia de un equipo bien trabajado y de una identidad fuerte. River tenía que hablar en la cancha después de la deshonrosa caída por Copa Argentina contra Temperley y lo hizo en La Paternal: habló. Habló y dijo algo así como que es un equipo que le esquiva a los desafíos menos amables, que se desmorona cuando sus rivales raspan fuerte, que se lo pueden llevar por delante fácilmente, que le faltan caciques (algo que está mucho más lejos de ser una casualidad que de ser una decisión según se evidenció en el último receso), que no impone condiciones fuera del césped híbrido del Liberti, que no tiene una idea de juego fuerte que sostenga en todas las canchas, que se desconcentra y comete errores bochornosos y estructurales como el que derivó en el gol de Alan Lescano, una mamushka de malas decisiones de ésas que aparecerían en la materia Introducción al Fútbol. Si River habló, en todo caso lo que hizo fue pedir ayuda.