A lo que asistimos este domingo en la Bombonera fue a un verdadero milagro de fe y paciencia. Los tres goles, la tarde inolvidable de Edinson Cavani, el partido reivindicatorio que todos esperaban desde que el histórico artillero uruguayo llegó a Boca, se había por fin concretado.
Durante una hora podía parecer que seguía la maldición; Cavani había rondado varias veces el área, se había apurado un paso y quedado en offside en una, el arquero le había sacado un cabezazo con la trompa, le había rebotado alguna que otra pelota. Incluso como marcado por la mufa, en cuanto hubo un penal fue a hacerse cargo.
Y desde que se hizo cargo y lo metió, el guion cinematográfico le reservaba otras escenas para su gran película. El de la definición brillante que casi arruina un banderazo cruel del juez de línea; el del rebote afortunado, que parece un signo del cambio de los vientos.
Pero todo esto había empezado antes. Cavani, que estuvo con casi 600 minutos sin poder meter un gol, había sido ovacionado y coreado antes de empezar este partido, antes de que los hinchas supieran que esta sí iba a ser la gran tarde.
El fenómeno de la paciencia, el cariño, el apoyo y la fe que acompañaron a Cavani desde su llegada al club (incluido el DT Diego Martínez, que siempre lo siguió poniendo) ha sido pocas veces visto, en Boca o en cualquier otro lado. Su sequía coincidió con tiempos, además, en los que había un humor ambiente al menos cambiante; no era que Boca venía ganando títulos y partidos en fila y todo podía disimularse. Cuando está todo bien siempre es más fácil esperar y aguantar. No era el caso.
Acaso por la bendición de Riquelme, por la fortaleza de una trayectoria impresionante y una personalidad que invita a la empatía (buen profesional, buen compañero), la gente nunca dejó de creer que este Cavani, el del hat trick a Belgrano, era posible.
Hoy Boca festeja la fe y la paciencia, de Riquelme, de Martínez, del propio Cavani y también la de sus hinchas.