Las calles adoquinadas, cultivos y pastizales de Cebadas se tornan grises con frecuencia.
En esa parroquia, a 30 minutos de Guamote, en Chimborazo, la caída de ceniza es un fenómeno nuevo, pero tan constante que los habitantes empiezan a acostumbrarse a convivir con el volcán Sangay.
En las 36 comunidades y en la cabecera parroquial habitan 11 406 personas, casi todas dependen de la agricultura y de la ganadería. Fresas, papas y habas son los cultivos más habituales, debido al frío y a la altitud, pero también hay moras, tomate de árbol y maíz.
A 2 600 metros de altitud vive Ángela Taday. Ella, sus tres hijos y su esposo subsisten de la siembra de fresas, cosechan 30 cajas a la semana y las venden hasta por USD 2,50, cuando el precio del mercado baja.
“Antes recogíamos hasta 80 cajas y el precio nunca bajaba de USD 5. Con ese dinero estábamos saliendo adelante, como todos los vecinos de esta zona”, cuenta la mujer.
Ella vive en Ichubamba, una comunidad en la que habitan 230 familias. Allí el cultivo de fresas se popularizó hace cinco años y es el que genera mayores ganancias a sus habitantes, porque la cosecha es frecuente y la fruta es apetecida en los mercados de la Costa.
Pero también es el producto más afectado cuando cae la ceniza volcánica. Las plantas son delicadas, las flores se marchitan pronto y los frutos se laceran cuando son cubiertos por las finas partículas grises que, desde el 8 de junio del año pasado, emana el Sangay. Aunque su proceso eruptivo comenzó en mayo del 2019.
Al levantarse, Taday mira al horizonte todos los días, buscando una nueva nube de ceniza o una explosión. “Casi todos los días hay un hongo. Nos ponemos a rezar para que el viento lo lleve a otro lado”.
Lamenta que sus oraciones no siempre funcionen. La semana pasada, la ceniza cayó en dos ocasiones. A veces no proviene de nuevas explosiones sino de los ventarrones que la arrastran de las laderas o quebradas hacia su zona.
A 15 minutos de Ichubamba está la comunidad Retén. La actividad principal de las familias es la ganadería. El paisaje es de un verde intenso por la gran cantidad de pastizales, excepto cuando la ceniza cae.
Ahí vive Mariana Chafla y otras 131 familias. Nadie recuerda haber vivido con ceniza volcánica hasta antes del 2019, cuando el polvo del Sangay por primera vez dejó los cultivos totalmente cubiertos. La gente dice que tampoco los abuelos recuerdan algo similar a lo que viven hoy.
Chafla ya perdió tres de las 13 reses que tenía, desde que empezó el proceso eruptivo. Además, las vacas que le quedan perdieron peso y la producción de leche se redujo de 35 a 17 litros al día. “Las vacas se estresan. Ya no comen bien, como antes”, cuenta la ganadera.
La Junta Parroquial de Cebadas levantó un diagnóstico de la localidad. En el documento se indica que al menos 120 animales murieron y que la producción de leche se redujo de 35 000 a 27 000 litros diarios.
Néstor Chávez, presidente de la parroquia, considera que la situación económica de los pobladores es grave. Muchos de ellos tienen créditos que obtuvieron para invertir en sus plantaciones y ahora no pueden cubrir. La Junta intentó llegar a acuerdos con los bancos para condonar las deudas, pero no obtuvieron resultados.
En las comunidades más distantes de la parroquia, como Yasipan, la gente mira con recelo a los extraños y se niega a hablar. “Es que ya nos ofrecieron ayuda, pero nunca llegó”, dice Tomás Taday, propietario de 2 hectáreas de fresas.
Cuenta que le tocó aprender a resolver el problema de la ceniza por su cuenta. Cuando el volcán erupciona y el cielo se oscurece, él recolecta todas las ramas de chilca que pueda conseguir y con su familia empiezan a limpiar las plantas.
“Hay que hacerlo con cuidado, porque sino las plantas se resienten. Hay que hablarles y explicarles lo que pasa; decirles que todo va a estar bien”.
Otros agricultores recogen agua para lavar las frutillas inmediatamente y así evitar que se pierdan, como las otras veces. Las familias también analizan nuevas alternativas, como la instalación de invernaderos.
Chávez manifiesta que las pérdidas económicas no son lo único que le preocupa. Desde que la ceniza empezó a caer continuamente también se volvieron frecuentes las enfermedades respiratorias.
Los niños y los adultos mayores se enferman de la garganta. A veces la gente se asusta, pues no sabe si le dio covid-19 o si es un malestar por la ceniza. También hay gente con los ojos afectados, dice Chávez.
Una prioridad para la Junta es la protección de sus fuentes de agua. En las primeras explosiones se contaminaron. Hoy, cada vez que un hongo gris empieza a dibujarse sobre el cráter, los miembros de las 37 asociaciones y cooperativas se organizan para cubrir los tanques con plásticos.
“A veces, la naturaleza misma nos ayuda y después de una caída de ceniza empieza a llover. Pero cuando no hay agüita dos o tres días, en Cebadas hay un desastre”, dice Taday.