En nuestra liga hay unos cinco expulsados por fecha. O sea, no es una cosa infrecuente, impensable, incalculable, quedarte con uno menos o con uno más en el curso de los partidos. En el caso puntual de anoche, San Lorenzo jugó más de 70 minutos con esa ventaja objetiva sobre Independiente, tras la expulsión de Alex Luna.
Para lo que más se usa el hombre de más o el de menos es como excusa: el que se queda con once dice que se dificulta jugar contra diez porque el rival se esfuerza, se multiplica y se defiende más. El que se queda con diez dice que el partido se “rompió” cuando nos quedamos con uno menos y eso nos restó posibilidades.
Chantadas al margen, ¿qué suelen hacer los equipos en esa coyuntura? El que juega con diez, en efecto, insta a un mayor esfuerzo de sus jugadores, saca delanteros para poner defensores y suele ir agrupándose cada vez más atrás para conservar el resultado, o incluso perder por poca diferencia.
Pero el que juega con once no hace nada. Observa con indolencia cómo los rivales se sacrifican, disminuyendo su propia tensión competitiva del once contra once. Y a menudo no se ven ni recursos básicos: 1) tocar, te sobra siempre uno, siempre habrá uno tuyo sin marca, podés abrir espacios, tenés que moverte, ir a ocuparlos; 2) abrir bien la cancha, jugar en los 70 metros del frente, desagrupar el amontonamiento defensivo rival y desbordarlo por los dos costados.
Eso es solo una formulación, y hay que llevarla al campo y entrenarla. Los modernos cuerpos técnicos de 25 integrantes, con tanto video, estadísticas, IA, manuales científicos, ¿alguna vez entrenan jugar con once contra diez para sacar provecho de lo que es una ventaja obvia?
No parece. Y cada vez que sucede, seguimos viendo cambios para amontonar delanteros, gambeta inútil en vez de pase, pelotas divididas, centros al montón.