Es más fácil decir que te vas que irte. Porque en el primer caso se advierte de la noticia a los seres queridos, a la familia, pero en el segundo el que termina puchereando es uno mientras vacía el placard. Enzo Pérez está parado en ese punto de la línea de tiempo de su historia en River. Al mendocino le quedan, de máxima, otros 360 minutos en cancha defendiendo a su cuadro y con la perspectiva de disputar, en el escenario más optimista, dos finales más. Siendo él un hombre fabricado para los partidos definitorios.
Si a los 23 años, horas antes de jugar su primera final de Libertadores con la camiseta de Estudiantes, pudo dormirse una siesta en Brasil incluso cuando su esposa ¡estaba a punto da dar a luz a su hijo Santiago!
Si en Benfica apenas se le escapó una de las cuatro que disputó, ya siendo una referencia del equipo…
Si en River disputó diez partidos en series finales, ganó siete y apenas perdió dos: la ida de la Recopa 2019 ante Paranaense y la definición de la CL 19 ante Flamengo en de Lima, donde fue el indiscutido MVP a nivel juego.
Si fue moldeado por el que quizás haya sido el impacto más grande de su carrera: la derrota en la final del Mundial 2014 con la Selección Argentina.
Si el guión de su carrera en River se escribió así, parece ser por algo: Enzo se ha destacado en su carrera por su templanza para afrontar esa clase de partidos que no tienen margen de error. Haciendo incluso un master en la Libertadores, donde este año se convirtió en el argentino con más presencias y el 4° con más partidos (96) quedando a solo siete del uruguayo Ever Hugo Almeida, el #1 del ranking de encuentros disputados en el máximo torneo de la Conmebol.
Sin la carga de amarillas
Ahora, ese Enzo moldeado en los partidos bravos tendrá la chance de jugar hasta cuatro más: producto de la amnistía publicada por la AFA, su poker de amarillas acumuladas no se arrastrará a los cuartos de final de la Copa de la Liga. Y entonces el capitán podrá reaparecer frente a Belgrano sin ese peso emocional del condicionamiento disciplinario, puesto en un contexto particularmente sensible por el inminente adiós. Un peldaño que Pérez quiere sortear para irse de Núñez lo más ganador posible. Porque no sólo puede ganar la Copa de la Liga Profesional: el 22 de diciembre ya tiene asegurada otra definición, la del Trofeo de Campeones. Un torneo que parece hecho para las despedidas de los capitanes riverplatenses: sin ir más lejos, allá por 2021 la goleada frente a Colón en Santiago del Estero sirvió como última función de Leonardo Ponzio con la Banda.
En el caso de Enzo también será la final del final. El párrafo que cierra esa historia que comenzó hace seis años y medio, cuando eligió resignar un salario suculento en euros en Valencia para poder cruzar el Atlántico y mudarse a Núñez. Un sueño del que le debe resultar muy difícil despertar tras nueve campeonatos ganados, incluyendo la final perfecta, frente a Boca en Madrid y ante el mundo entero.
Su contrato se extinguirá con el chinchín de Fin de Año y entonces únicamente quedarán los recuerdos. El turbante en el Bernabéu, su altísimo nivel de eficiencia al conducir el juego en los partidos en los que la pelota quema (roza un envidiable 89% en efectividad de pases), su decisión de poner el cuero al ofrecerse a atajar desgarrado en una noche histórica que ya es pieza de museo. Sus lágrimas, sus abrazos. Sus arengas a los más pibes antes de salir a jugar un clásico. El bailecito en la Bombonera después de ganar su último Súper. Y las dos vueltas que aspira le sirvan para culminar su era en Núñez.
Gallina hasta la médula ósea, su pasión por el club posiblemente le dificulte aún más el corte del cordón. ¿Cómo salir a la cancha entendiendo que ya no habrá margen para bises?
Ese será posiblemente el último gran desafío emocional para Enzo, un jugador de finales.