A lo largo de los casi siete años que lleva el ciclo de Marcelo Gallardo al frente de río no es la primera vez que sucede esto: partidos en los que el equipo tiene decenas de situaciones de gol durante 90 y pico de minutos y no puede convertir. Hubo muchos juegos así. Acaso el más paradigmático haya sido el de la vuelta de los octavos de final de la Copa Libertadores 2016 contra Independiente del Valle, en el que tuvo 34 remates al arco que defendía Librado Azcona y no pudo pasar de un 1-0 que lo dejó eliminado. Ese partido es uno de los favoritos del Muñeco en toda su era porque River hizo todo, porque se fue reconocido por todo el Monumental; porque ahí entendió que, como dijo el martes en la conferencia de prensa, su trabajo podía empezar a estar más allá de un resultado deportivo, porque hay una idea por delante, que identifica al cuerpo técnico, a los jugadores, a los directivos ya millones de hinchas.
Ahora bien lo que sí es más difícil de encontrar en el ciclo es lo que le sucede ahora a River. La idea no se mancha y eso es lo que deja tranquilo al Muñeco, pero la falta de efectividad ya empieza a verse como una patología crónica durante todo el semestre. Y no es que el equipo no haya metido goles. De hecho está en el podio de los más goleadores en la Copa de la Liga Profesional, pero ese número frío no refleja el problema básicamente porque en algunos partidos aislados en los que saca ventajas y los espacios aparecen River sumó de a cinco o seis gritos.
Las últimas presentaciones del CARP mostraron claramente una tendencia que terminó por regar de café el césped de la Nueva Olla el jueves en el empate contra Santa Fe. Con titulares o con un equipo alternativo, el déficit es el mismo: llega mucho, no la emboca y los rivales le tipo (o no lo hacen de milagro, como contra los colombianos en Paraguay) con una o dos posibilidades out of context. En los últimos cuatro juegos, luego de la goleada a Central Córdoba en Santiago, River tuvo 65 remates, de los cuales sólo 19 fueron al arco (29,2%) y sólo tres terminaron en gol (4,61%). Es decir: últimamente el equipo necesita en promedio casi 22 tiros (21,6) para convertir una vez. Es demasiado.
¿Por qué sucede? Es tarea de Gallardo descifrarlo, pero no sólo parece haber mala suerte o méritos de los arqueros. Probablemente parte de la explicación se encuentre en una frase que pasó inadvertida en la conferencia del martes de MG: que River, diagnosticó el Muñeco, está en «Una etapa de continuidad de ciclo con varios cambios», una especie de eufemismo para decir que se trata ni más ni menos que de un período de transición, que podrá ser más o menos corto, pero que evidencia un desfasaje temporal entre los jugadores ya consolidados, pibes que empiezan a dar sus primeros pasos en Primera -a los que Gallardo nunca querrá cargar de responsabilidades que no pueden sostener- y refuerzos que atraviesan un estadío de adaptación a los métodos y la intensidad del trabajo del cuerpo técnico ya lo que representa vestir el escudo de River en sí mismo.
En otras palabras, lo que todavía parece faltar es un último golpe de horno de jerarquía, esa palabra que -más allá de la suerte- marca la diferencia entre los tiros que pegan en el palo y salen y los tiros que pegan en el palo y entran. Jerarquía es la que tenían Quintero, Scocco y Pratto, la que Gallardo moldeó en Nacho Fernández, Palacios y Martínez Quarta. La que tendrán mañana Álvarez, Girotti, Rollheiser, Paradela, Palavecino, Fontana y más.
River está corto de efectivo. Y no sólo por las situaciones de gol que desperdicia. La escena económica del club y de todo el fútbol argentino en este escenario cambiario agudizado por la pandemia provocó que el CARP no podría traer refuerzos probados, de esos que llegan, se ponen la camiseta y juegan, sino más bien apuestas. Y los mercados anteriores, en los que no incorporó, tal vez hayan retrasado la rueda: por poner un ejemplo, si Paradela llegaba antes, probablemente hoy sería más parecido a Nacho Fernández de lo que es.
Por esa coyuntura económica, hoy falta el recambio confiable de un tiempo atrás y eso probablemente también haya hecho que el Muñeco decidiera no rotar el equipo hasta el jueves. Eso provocó que se viera un equipo cansado en varios pasajes de los últimos partidos. Una mamushka de problemas que pudieron desembocar en esta coyuntural falta de efectividad. Entre eso, y las bajas de futbolistas probados como Suárez, Pinola y Maidana, el combo se hizo más difícil de sobrellevar.
Pero por suerte para River en el banco está Gallardo: con un equipo más descansado, el domingo en un duelo decisivo contra Aldosivi, el Muñeco deberá ingeniárselas para evitar que el café también caiga en la nueva alfombra del Liberti.