Le decían el George Best italiano. Gambeta, calidad, habilidad, personalidad, goles y carisma. Vivía en las afueras de Turín, en una casa sin grandes pretensiones donde leía, escribía poesía, pintaba cuadros y por las tardes sacaba a pasear a su mascota: una gallina (la sacaba con correa y todo). Era un artista, un bohemio y un Beatleitaliano, como lo llamaban en aquella época, los años 60: se cortaba el pelo con el estilo mop-top y llevaba un bigote a lo Ringo Star. Las mujeres morían por él: de hecho su novia, Cristiana Uderstadt, dejó a su esposo durante su propia boda para escaparse con él.
Luigi Meroni, apodado Gigi, era un sapo de otro pozo para la sociedad italiana de los sesenta, que todavía cargaba con varias secuelas de la dictadura fascista, pero sobre todo era un crack: en los cuatro años que jugó en el Torino, marcó 22 goles en 103 partidos, pero principalmente llevó al equipo a un fútbol de alto vuelto que atraía a la gente. La popularidad que tenía Luigi Meroni era tanta que en 1967 una manifestación de hinchas obligó al Torino a romper un contrato ya firmado con la Juventus. El Toro lo había vendido a la Vecchia Signora por 750 millones de liras, pero al enterarse los hinchas del club salieron a la calle para evitar el pase. Y lo lograron.
Había empezado a jugar en el Calcio Como, del Ascenso italiano, y de allí saltó al Génova FC, donde intensificó sus cualidades para aprovechar la gran oportunidad de su vida: jugar en el Torino… Y con su magia les devolvió la ilusión que sus hinchas habían perdido con la tragedia de Superga (NdeR: avión que se estrelló en 1949 y mató a todo su plantel).
Edmondo Fabbri, entrenador de Italia en aquel entonces, lo tuvo en cuenta para jugar el Mundial de Inglaterra en el 66 y, a pesar de que el equipo tuvo un mal rendimiento, los flashes de estar con la selección lo terminaron de catapultar a la fama. Todos se fijaban en ese jugador que era distinto dentro y fuera de la cancha. Y los hinchas, enamorados de lo que transmitía, empezaron a imitarlo…
Uno de ellos era el joven Attilio Romero, italiano de 19 años y fanático del Torino, quien, como tantos, idolatraba a Gigi. Se cortaba el pelo como él y tenía las paredes de su cuarto repletas de pósters suyos. Todas las noches, apoyaba la cabeza en la almohada y soñaba con ser como Gigi. Quería, algún día, conocerlo, hablar con él. Y cuando finalmente pudo cumplir con este gran anhelo, lo vio tan pero tan de cerca después de un partido que no llegó a esquivarlo y lo mató con su auto. Sí, como si en los 60/70 un hincha de River atropellara al Beto Alonso o uno de Boca, a Rojitas…
Hoy, a sus 75 años, Attilio Romero, aquel hincha que el 15 de octubre de 1967 atropelló con su auto a su ídolo y estrella del Torino, sigue viviendo en Turín. Este hombre, vueltas de la vida, llegó a convertirse en el 2001 en presidente del Torino. Ahora está alejado del fútbol y no va a la cancha. Cuenta que trabaja en la parte de comunicaciones para empresas de su país y mira por TV los partidos de su querido Toro. En diálogo con Olé, Attilio recuerda todo: el accidente en el que mató a su propio ídolo, sus años como presidente, los errores que hubo en su gestión, la amistad entre Torino y River y por qué él prefiere a Boca.
-¿Cómo recuerda el choque?
-No lo recuerdo del todo bien. Tengo muchas imágenes salteadas de lo que viví aquel momento. Era un domingo de octubre por la noche. El Torino le había ganado 4 a 2 a la Sampdoria. Yo estaba circulando por la calle y Meroni iba caminando con otro jugador, Fabrizio Poletti. Estaban cruzando. Resulta que, mientras cruzaba, Meroni da un paso atrás y yo lo alcanzo y lo golpeo con el parachoque de mi auto. El golpe fue tan fuerte que sale despedido hacia la otra calle, donde lo vuelve a embestir otro auto que venía de enfrente.
-¿No lo vio o no llegó a frenar?
-No lo vi. No pude identificar que había una persona allí y mucho menos que era él.
-¿Qué se siente atropellar a su ídolo?
-Es inexplicable. Haber atropellado a Meroni es un dolor que dura toda la vida, te condiciona toda la existencia. Todavía me sigue doliendo.
-Fue muy difícil. Soy una persona con una estructura psicológica bastante fuerte. No pude volver a pisar la cancha por algunos meses, estaba muy triste. Muchos hinchas me ayudaron para poder salir adelante.
-A 57 años del accidente: ¿sigue teniendo flashbacks de ese momento?
-Absolutamente. Me sucede que mi mente reconstruye todo lo que pasó aquella noche. Son recuerdos que no se pueden borrar a pesar del paso del tiempo. Está bien que al mismo tiempo atenúa el trauma que sentí, pero yo ya asumí que es algo que va a vivir conmigo por el resto de mi vida. Es un recuerdo que no se borra.
-¿Quedó relación con su familia?
-Actualmente tengo una relación excelente con toda su familia, más que nada con su hermana, con la que charlo habitualmente. Está claro que esta fue una gran tragedia que marcó mi vida. A Gigi Meroni lo voy a llevar en mi corazón por siempre.
-¿Un partido que recuerde de Gigi?
-Con la Selección de Italia ante Argentina antes del comienzo del Mundial 1966. (NdeR: se jugó en Turín y ganó Italia 3-0) Me gusta el “calcio” sudamericano, el argentino y el uruguayo, el brasileño no tanto, ja.
-¿Un jugador que le recuerde a él?
-Khvicha Kvaratskhelia, de Napoli. Por sus movimientos y la forma que tiene de jugar.
-¿Hubo juicio tras aquel accidente? ¿Usted pudo ir preso?
-Para la justicia italiana se trató de un accidente. Solamente me sacaron la licencia por seis meses, pero no consideraron que tuviera que ir a la cárcel.
La curiosidad de esta historia es que, en el año 2001, Attilio Romero llegó a presidente del Torino. Francesco Ciminelli, propietario del club en aquel entonces, le ofreció el cargo. El tema fue que, bajo la gestión de Romero, el club descendió en 2002.
-¿Se siente culpable del descenso?
-Ese descenso no fue por cuestiones futbolísticas, sino fue algo meramente económico. Y toda la parte económica y financiera no dependía de mí. Lo que tenía que hacer yo, lo hice bien. No me siento culpable por cosas que no dependían de mí.
-¿Por qué aceptó la presidencia?
-Era imposible no aceptar. Es como que a un sacerdote le ofrezcan ser Papa. Es difícil decir que no, era coronar un sueño.
-¿Se sentía en deuda por lo de Gigi?
-No me sentía en falta con la hinchada, sino con la familia Meroni. Pero el incidente fue algo involuntario, por completo.
Luego de varias temporadas en la Serie B, en el 2004 volvió a la máxima categoría pero, a consecuencia de las malas gestiones económicas, fue declarado en bancarrota por deudas con la Federación Italiana de Fútbol y se le negó la participación en la Serie A. Por esto, Attilio fue condenado a dos años de prisión.
-¿Qué balance hace de su gestión?
-Fue una gestión apasionante. Me gustó mucho estar al mando del club que admiro. Claro que tuvimos campeonatos buenos y malos.
-¿Pero por qué cree que le fue mal a su gestión?
-Yo no me encargaba de la economía. Solamente estaba cargo de la presidencia y otra persona manejaba los asuntos económicos.
-¿A la hora de contratar jugadores, usted no tenía nada que ver?
-Lo decidimos en conjunto con Alejandro Mazzolla, director deportivo del club, y se lo proponíamos al accionista principal del Torino. Pero la decisión final no era nuestra, dependía de él.
-¿Cree que le hizo bien o mal al club?
-Hice lo mejor que pude. La parte financiera no dependía de mí, si no hubiera contratado a Maradona, ja.
-¿Volvería a ser presidente?
-No. Basta. Ahora quiero disfrutar como hincha. Miro los partidos por televisión.
-¿A qué se dedica ahora?
-Al terminar mi presidencia en 2005 dejé el fútbol. Actualmente estoy en el equipo de prensa de varias empresas italianas.
-Hay gente que afirma que es el peor hincha del Torino: mató al ídolo y después se fue a la B…
-Ese es el mundo del fútbol. Hoy hay mucha gente que me recuerda bien y me saluda por la calle, me grita “grande presidente” y me pide fotos.
-Ah, camina tranquilo por Turín…
-Pero, claro, tranquilamente. Como dije, cuando me ven pasar me gritan: “Forza, Toro”, “Grande Presidente”.
-Pero, si la gente lo quiere, ¿por qué no vas a la cancha?
-No tengo un motivo particular, prefiero mirarlo tranquilo desde casa. Me da nostalgia ir a la cancha. Recuerdo los momentos de cuando era presidente y de cuando era joven.
La amistad de River y Torino
La tragedia de Superga unió a River con Torino. La fatalidad del accidente conmovió a Antonio Vespucio Liberti, presidente millonario, que no dudó en ofrecer al equipo titular para jugar un amistoso en homenaje a las víctimas y donar lo recaudado para sus familias. Con Labruna a la cabeza, el Millo viajó a Turín y jugó el partido que terminó 2-2. Este gesto impulsó una gran amistad entre ambos equipos que hoy sigue en pie…
-¿River es tu argentino preferido?
-No, prefiero a Boca. La Bombonera es apasionante y lo prefiero. El ambiente es lindo. Además, me gusta mucho leer escritores argentinos como Osvaldo Soriano.
-¿Cómo define su vida con el Torino?
-Con tres estados de ánimo: felicidad absoluta cuando era niño, desesperación con el accidente de Meroni, tristeza y amor.