¿Es mejor pedir perdón que pedir permiso? Sí. Cuando la lucha es justa, cuando el enemigo está en casa, cuando los caminos se cierran y no hay otra vía que la revolución, alzar la voz no es una cuestión de estilo sino de supervivencia. Y más que eso: cuando la excusa de los malos resultados o el mal negocio se quedan sin piso después del inolvidable Mundial de Australia y Nueva Zelanda que vivió Colombia.
Así se abrió camino el fútbol femenino. Después de mucho callar, de mucho diálogo de sordos con una dirigencia desinteresada y muchas veces desinformada, de una larga lista de hechos de discriminación e inequidad, el fútbol femenino en Colombia dejó de ser un fenómeno aislado, un sueño de Liliana Zapata y Amparo Maldonado o una ‘quijotada’ de Myriam Guerrero, para convertirse en una disciplina reconocida, con desarrollo, con proyección y claros indicios de consolidación.
De aquel 2017, cuando se jugó oficialmente la primera Liga Profesional de Fútbol Femenino de la historia de Colombia, cuando Leicy Santos, Liana Salazar y Lady Andrade levantaron el primer trofeo con Independiente Santa Fe, quedó, más que el hito, la semilla de una progresión que, con un sinnúmero de dificultades pero con la persistencia que no cedió desde los años 70, hoy tiene al país ante la que puede ser la mejor generación de futbolistas de su historia.
Fueron necesarios todos los desencuentros de aquellas ‘chicas super poderosas’ que se abrieron paso a fuerza de convicción personal -y finanzas familiares- para el crecimiento que se vive hoy.
Porque era imposible no ilusionarse después de aquella primera edición de la Liga con un sistema de ascenso y descenso y una liga robusta que en 2018 no llegó a ser más que un torneo de un par de meses, con 23 equipos, sí, pero sin la difusión necesaria.
Y eso que desde entonces lo que había era resultados para justificar cualquier inversión: el Atlético Huila, de la mano de Yoreli Rincón, no solo se coronó en el país sino que además ganó la primera y única Copa Libertadores Femenina de la historia nacional.
Vendría el camino de espinas: el proyecto del Huila acabó fundido tras aquel gran éxito por una discusión sobre premios que entre los hombres es de los más natural pero entre las mujeres fue motivo de veto. Por esa vía Yoreli, una de las futbolistas más talentosas que ha nacido en Colombia, acabó borrada de la selección nacional.
En 2019, a pesar de un respaldo del Ministerio de Deporte de 1.500 millones de pesos, que dejaba sin piso la excusa de los directivos del fútbol sobre el ‘mal negocio’ que era la apuesta por ellas, solo 13 equipos participaron en la competencia que ganó, nuevamente, Independiente Santa Fe contra el América de Cali.
El 2021 marcó un declive inocultable tras la decisión de Dimayor de hacer un torneo de solo dos meses: ¿qué deportista, de cualquier disciplina, logra mantener un nivel competitivo mínimo cuando no trabaja diez de los doce meses del año? No fue culpa del Deportivo Cali, que en franca lid ganó su estrella. Fue total responsabilidad del establecimiento.
Y aún así se jugó la sexta edición de la Liga, y a pesar de todo se compitió de febrero a junio, ahora con la excusa de la Copa América de por medio, y contra toda evidencia el América de Cali llenó el Pascual Guerrero hasta las banderas y a pesar de los discursos siempre llenos de vacíos y pocos argumentos verificables, el negocio del fútbol femenino emergió fuerte, potente, indiscutible.
Acaba de terminar la séptima edición de la Liga y no, todavía no dura siquiera nueve meses, pero Santa Fe ha coronado el tercer título de su historia, con 30.000 aficionados en El Campín y otros tantos miles en casa del América y con la afición, incipiente pero leal, respondiendo al esfuerzo de sus nuevas figuras.
Ahora la Selección Colombia de mayores regresa al país con una histórica clasificación a los cuartos de final, despertando elogios de la prensa internacional, rendida a la figura de Linda Caicedo pero también de la plantilla que fue construyendo, con fútbol del más alto nivel, un prestigio del que se sigue hablando a pesar de la eliminación a manos de Inglaterra.
Y el camino que se hizo con tantos obstáculos seguramente encontrará otros nuevos. La diferencia es que ahora se habla con autoridad, con la voz de mando de una Catalina Usme que exige condiciones dignas y apoyo a las fuerzas básicas para seguir encontrando joyas como las que brillaron en territorio australiano. La historia y la vida siguen. La lucha no termina. Las guerreras de Colombia lo saben.
El moño, la Selección
Lo interesante es que cada uno de esos golpes que recibieron las valientes que aún hoy pelean por una Liga permanente, acabó abriéndoles espacio a las jugadoras que hoy, en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda, constituyen la mejor generación de mujeres futbolistas de toda nuestra historia.
La evolución de la Liga fue el primer paso del crecimiento de la Selección Colombia Femenina, que se da el lujo de tener a Linda Caicedo Ana María Guzmán jugando tres Copas del Mundo en un año calendario, que tiene 11 de sus 23 jugadoras en el clubes internacionales, que viene de disputar la final del Mundial Sub-17 de India, que inspira a la propia FIFA a toda suerte de homenajes a las jugadoras nacionales que verá el mundo a partir de la próxima semana en una cita en la que el desafío no es solo pasar por primera vez la primera ronda: es consolidar el crecimiento del fútbol femenino del país.
Los vetos, las lágrimas, el dolor de una generación fue probablemente necesario, aunque no justificable, para escribir la historia de éxito que se vive hoy. Falta mucho, mucho esfuerzo todavía para que el fútbol femenino logre el estatus que merece a fuerza de resultados, no de expectativas sino de trofeos en las vitrinas, pero este sin duda es el camino hacia ese objetivo. El recambio generacional se llevó talento pero dejó ilusión. Hoy la posta está en otras manos. Sí, al final era preferible pedir perdón que pedir permiso.
*Futbolred está en el Mundial Femenino de la Fifa 2023 gracias al apoyo de Movistar Colombia