«Gallardo me cambió la personalidad. Me hizo un jugador más completo. Ahora tengo otra intensidad». Habla poco. No se muestra demasiado en las redes sociales y cuando lo hace abre apenitas la puerta de su mundo, que transcurre entre su trabajo y la familia. Fabrizio Angileri es un cultor del perfil bajo, acaso una de las cualidades compartidas en este plantel de MG, y sólo en el momento en que entra a la cancha se puede ver su metamorfosis. Ahí no se encierra en sí mismo: experimenta una mutación: adopta una posición extrovertida y se vuelve un jugador con mil caras y recursos múltiples que los hinchas de River hace poquito empezaron a disfrutar con sorpresa. Y a tomar en serio.
Tiene sentido: durante mucho tiempo, el Turco vivió bajo la sombra de un Milton Casco que post Madrid se ganó la eternidad pero del que hoy nadie lamenta que sea el relevo de este mendocino que pegó el salto. De hecho, el año pasado varios clubes lo tentaron para llevárselo pero él quiso quedarse a pelearla. Y a trabajar para afianzarse: hace un año que lleva un plan alimenticio especial y los resultados están a la vista, en el campo de juego y en los GPS de los profe, ya que está en el podio de los valores más altos. Por algo este lateral izquierdo / carrilero se afianzó en el 11, se lanza como liebre al ataque, se convierte en extremo y hasta puede ser goleador
Porque no fue casualidad que frente a Colón le dejaran ese tiro libre en la puerta del área para que él sacara esa delicia fenomenal de zurda que dirigió justito hacia el hueco que le había dejado Borré en la barrera por pedido del DT y que cambió el rumbo del partido. Un partido en el que Angileri volvió a ser vital -de hecho, los fans lo eligieron como figura en la página oficial del club-, que reafirmó la importancia que tienen los laterales en esta idea madre del Muñeco y que a su vez demostró que desde la paciencia, el trabajo de hormiga, la capacidad de resiliencia ante los golpes de la vida (como el fallecimiento reciente de su padre) y la convicción se puede llegar lejos. Incluso soñar, por qué no, con la Selección …
La realidad es que así como Angileri vio ese resquicio en el tiro libre, el propio Gallardo en este defensor de 27 años un diamante en bruto al que fue puliendo poco a poco. Porque en los dos años que lleva en Núñez -justo cuando tenía casi todo arreglado con Genoa y eligió River- las vivió todas: adaptación, jugar a cuentagotas y, sobre todo, cultivar la paciencia. Nada que no haya experimentado de pequeño en su Junín de los Andes natal, donde tardaba casi dos horas de ida y otras tantas de vuelta en el viaje hacia la capital mendocina para entrenarse en Godoy Cruz.
O cuando estuvo parando en Baires, cerca de la Villa 31, y tenía que combinar subte, tren y bondi para ir a practicar con las Inferiores de Boca, donde estuvo un tiempito … Vaya paradoja, su debut en la Primera llegó de la mano de un tal Martín Palermo, cuando el Loco era el DT del Tomba allá por 2013, pero no como lateral sino de volante. Y hete aquí una de las explicaciones de su versatilidad a la hora de soltarse: en las formativas de Godoy Cruz fue delantero, bajó al mediocampo y se movió por la derecha (en el ciclo de Heinze) hasta que Lucas Bernardi le encontró su lugar en el lateral izquierdo. Posición de la que se adueñó en este River y adonde logró influencia real: en este 2021, Angileri participó en 5 de los 30 goles del equipo, dos de su autoría.
La importancia de su pegada se ve en la pelota parada aunque mucho más en cada centro que manda al área y que se transforma en un pase-gol. Porque así como Montiel se vuelve un extremo más por la derecha, el Turco hace lo propio por la otra banda. Y lo mejor: el resto del equipo ya sabe que siempre hay descarga por afuera, algo que este River explota por voluntad propia pero que también utiliza como recurso cuando los rivales le bloquean los circuitos por el centro.
No tendrá la personalidad y espalda de Vangioni, ni la velocidad que desplegó Saracchi en el poco tiempo que estuvo en River, pero Angileri va haciendo camino con su sello personal. Y siguiendo una frase de cabecera que patentó Gallardo y que él ploteó en su termo para el agua del mate: «Que la gente crea porque tiene con qué creer». Y el que cree, puede.
La frase ploteada en el termo en honor a Gallardo.