Solo ella sabe qué tuvo que hacer para encontrarse donde está hoy, en un momento excepcional de su carrera, cumpliendo un sueño que para muchos siempre pareció irreal.
Mientras el mundo habla de su talento ella se refugia en su timidez, en el bajo perfil que ha hecho que muchos se enteren tarde de una vida de sacrificios que le ha permitido incluso récords internacionales.
Su temporada, a pesar de algunos problemas físicos, no tiene mancha: 34 partidos, 12 goles y 4 asistencias. No habla todavía inglés pero está estudiando. Hoy tampoco le falta pues su talento le abre todas las puertas.
La noticia de su inclusión en la lista de las 30 candidatas a ganar el Balón de Oro, el premio más prestigioso del fútbol mundial, fue una razón de tremendo orgullo para su país. A ella si acaso le habrá arrancado una sonrisa, nada estridente, porque ella no es así.
Una historia de sacrificios
Mayra creció en Chacua, una humilde vereda de Sibaté, Cundinamarca, en la que su abuela levantó a toda la familia a punta de trabajo duro en el campo, en cultivos de flores. Fue una niña obediente, de las que no da problemas ni hace exigencias y que, si algo no pudo ocultar, fue su amor por el fútbol.
Su padre jugaba fútbol ocasionalmente y ahí estaba siempre su niña, esperando al descanso o al final para pedirle la pelota al juez y dedicarse a patearla hasta que era hora de volver a casa.
Cuando creció y quiso empezar a jugar fútbol en serio no fue una sorpresa para nadie. Pero no fue sencillo: como a todas las mujeres de su generación le tocó adaptarse a jugar solo con varones y aguantarse todos los prejuicios que hoy, felizmente, han sido casi erradicados… casi.
El hombre que lo hizo suceder fue Jean Alberth Martínez, un entrenador de fútbol femenino trabajaba en Funza, Cundinamarca, y que solía viajar a Sibaté por su trabajo. Alguien le recomendó que pasarla a verla. Ya no se olvidó nunca más de ese día, en 2009, en el que encontró el diamante que soñaba.
Mayra empezó a jugar en el club Real Pasión de Cundinamarca, pero tenía que viajar de Sibaté a Tunja todos los días, su mamá, Liseth, sospechaba que aguantaba hambre porque se iba a veces antes de que amaneciera y volvía tarde, agotada pero feliz. Ganó el Nacional prejuvenil, se graduó de goleadora y ya no hubo cómo detener su proyección.
Debutó en 2017 con Fortaleza, pasó casi de inmediato a Independiente Medellín y de allí al sueño del fútbol internacional: recaló en Sporting de Huelva en 2020, en 2022 pasó a Levante, la gran vitrina, y de allí a hacer historia no solo en Colombia sino en el mundo.
Mayra fue, nada más y nada menos, que la transferencia más cara de la historia del fútbol femenino. Chelsea, muy poderoso en el torneo femenino inglés, pagó 450.000 euros al Levante por sus servicios, cifra que subirá 50.000 euros más por cumplimiento de objetivos. En su primera temporada ya ganó la Superliga y eso que estuvo todo medio accidentado por culpa de las lesiones.
En la Selección Colombia arrancó por el Sub-20, se coronó campeona de Juegos Bolivarianos (2017) y Panamericanos (2019) y en el último año llegó a cuartos de final por primera vez en un Mundial Femenino de mayores y clasificó y superó la primera fase de los Juegos Olímpicos 2024. Cuando el mundo se entere de la joya que es el orgullo de Sibaté, no diremos nada… pero habrá más señales…