Lo único que no tiene que hacer Boca para descompensar el ánimo que le dejó la última fecha antes del receso es lo que hizo River: pegarse un tiro en el pie el miércoles, cuando juegue con Almirante Brown por la Copa Argentina. Si todo se da según la lógica, hay expectativas de acá a fin de año.
No pudo ganar su grupo en la Sudamericana, pero está en playoffs y no deja de ser un candidato. No llegó a la final de la Copa LPF, pero se dio el gusto de eliminar mano a mano a River, ganando ese famoso “campeonato aparte”. Está en la mitad de la tabla de la liga y fuera de la zona de Libertadores en la anual, pero el camino todavía es larguísimo.
Su juego mejoró, aunque tiene lagunas frecuentes y una distorsión grande en el rendimiento cuando juega de local y de visitante. Y aspira a un mercado en el que refuerce mejor la segunda línea y achique un poco la distancia que se nota entre titulares y suplentes. Para el ánimo, este triunfo guerreado contra Vélez es un empujón, y Medel ya listo para salir al campo es otra inyección de carácter y experiencia internacional.
River está envuelto en tribulaciones. Fue el equipo de mejor performance en los grupos de Libertadores, tiene la gran ventaja de que definirá todos los cruces en el Monumental, y el enorme mérito de una eficacia de local que impresiona a todos. Por otra parte, quedó afuera de la Copa LPF de la peor manera (en el primer playoff, y con Boca) y de la Copa Argentina en un papelón histórico. En la liga está a cuatro puntos y en la anual, en zona de Libertadores.
Espera que un mercado hostil, de precios altísimos, le compense la endeblez que desnuda en los choques ásperos y la también notable diferencia de prestación cuando va de visitante. Perdió el juego brilloso de aquel primer torneo y acaba de sufrir otra derrota vergonzante.
Ninguno de ambos tuvo un gran semestre. Pero van al receso con ánimos distintos.