Guillermo W. Álvarez
La vejez en la mayoría de casos lleva a sus espaldas bártulos de recuerdos pasados, convencidos de que “todo tiempo pasado fue mejor “y terminan el día orando y pensando en sus exequias, como si fuera la última noche de su otoño. Muchos son lacónicos, estoicos y de pocas palabras; con corazón blindado perdieron la capacidad de tolerar, compadecer y hasta de amar. Advierten solamente de su piel para adentro y son presos de dudas y desconfianza con propios y extraños. Convencidos de su incapacidad de producir perviven sobrios y austeros aferrados al pasado evocando sus pretéritos éxitos y sus hazañas dantescas, muchas veces imaginarias.
El retiro o jubilación es para esa población la gota que derramó el vaso y trae consigo la apatía, la tristeza y la depresión. Se sienten inactivos, abatidos, como muertos insepultos. Estudios sociales nacionales (Dr. Proaño Maya) revelan un trato injusto y discriminatorio para los jubilados. Envejecieron en un escritorio, caminaron diariamente la misma ruta y recibieron un salario mínimo para sus necesidades.
“La clase dominante es la que impone a las personas de edad su estatuto, y el conjunto de la población activa es su cómplice” (Simone de Beauvoir). Se amoldaron a ese esquema rutinario y su horizonte fue reducido y convencional.
Ignoraron el esplendor del cielo, la frescura del césped, la hermosura de una flor o el ensueño de una melodía. No hubo tiempo para leer a Cervantes ni admirar un Degas…
En el hogar la imagen del padre es destituida y reemplazada por el hijo. Menciona Freud que “En el cristianismo ha habido una reconciliación, pues Cristo pasó a primer plano” Sin embargo los creyentes recuerdan las palabras de su Señor que “Hay que nacer de nuevo” y aprender a envejecer con dignidad. Renacer rescatando los mimos de tu compañero (a), la visita a tu familia cercana y lejana, la conversación con tu vecino, la cita con tus amigos del alma, descubriendo un nuevo deporte, encontrando nuevos colores y sabores de esta vida; que no queden cabos sueltos antes del último viaje.
No jubileo sino júbilo para los últimos Abriles que quedan por vivir. Leer, cantar, bailar, viajar, soñar y resistir en momentos álgidos como en esta maldita pandemia. En la Eternidad, si es que existe, o en el “Reino de este mundo” analizaremos el inventario de esta existencia y festejaremos la Nueva Vida… Si, ¡La nueva vida!