El argentino Brian Andrada hizo un gol con el que su modesto Sportivo Trinidense le iba ganando a Boca por la Copa Sudamericana; sus motivos tenía para estar eufórico. Pero en ese éxtasis, junto con la alegría vino la tarjeta amarilla por celebrar quitándose la camiseta. Fue a los 44’ del primer tiempo; a los 6’ del segundo, ya estaba expulsado por una segunda amonestación.
Trinidense quedaba condenado a aguantar casi todo el complemento a Boca, que se le iba encima, con un jugador menos. El que hacía esa gran contribución a que Trinidense ganara, ahora hacía una estúpida contribución a que perdiera. Y perdió.
Hay varios ejemplos más. Unos tuvieron más suerte, porque sus goles resultaron los del triunfo. Pero la tontería es mayúscula en casos de jugadores ya amonestados, que al quedarse en cueros en el festejo automáticamente se excluyen de los partidos. Y complican seriamente a sus compañeros.
Walter Mazzantti fue uno, en la pasada Copa de la Liga, cuando Huracán le ganó a River 1-0. Su equipo tuvo que bancársela con uno menos un cuarto de hora. Y John Kennedy se fue a la tribuna a festejar con la gente y lo que terminó en su paso a la historia por el gol que le dio la Libertadores 2023 a Fluminense frente a Boca no fue un perjuicio tan grave (faltaban alrededor de 20’) solo por la simétrica zoncera de Fabra, que en seguida se hizo expulsar también y niveló el número de jugadores.
Está bien que se acote la demora en los festejos de los goles, aunque a veces parece excesivo que sacarse un momento la camiseta o subir al alambrado sea una amarilla inflexible. Pero muchachos: son grandes y son profesionales. Esa regla existe y ustedes lo saben.
Basta de dejar a los compañeros con uno menos por una huevada en la celebración de un gol.