Los números no mienten pero las sensaciones tampoco. Tiene su explicación que lo conseguido en su primer año como entrenador de River no le haya alcanzado a Martín Demichelis para generar entre los fanáticos el nivel de satisfacción esperable si se mira estrictamente lo estadístico.
A Micho no le bastó con ganar dos títulos en el inicio del postgallardismo, la transición más dura de la historia del club. Ni él haber superado la efectividad de su predecesor de bronce, Marcelo Gallardo, en sus últimos 12 meses de contrato: el balance no habría cambiado si tal diferencia (66,7% vs 63,5%) hubiera sido más alta. Los resultados no son, en efecto, el quid de la cuestión.
La capacidad del River de Demichelis para sumar puntos no está en discusión. No hay de qué aferrarse para desacreditar los 33 partidos ganados (derrotó a 29 de sus rivales; San Lorenzo y Vélez fueron la excepción), la Liga Profesional obtenida un par de fechas antes del final y con 11 puntos de holgada ventaja, el 100% de efectividad ante Boca, el Trofeo de Campeones, el enorme récord de 20 triunfos al hilo en el Monumental que quizás demore décadas en ser superado… En cualquier caso, Demichelis deberá analizar por qué en un año de tanta victoria a los únicos que no ha podido ganarse es a los hinchas.
Las matemáticas, entonces, no lo son todo. Sin ir más lejos, Gallardo en su primer año celebró casi la misma cantidad de partidos (36) y su efectividad de hecho fue más baja (65,7%) que la del año bautismo de la era MD. Pero al mismo tiempo le alcanzaron tres partidos para convencer a la tribuna de que comprendía lo que el apetito reclamaba. Y con lo dificultad del caso: MG estaba sucediendo a Ramón Díaz, prócer al que luego superó.
El ítem clave en el que Gallardo superó a Demichelis
Ahí, el primer contraste entre Martín y Marcelo: su antecesor consiguió rápidamente imponerse en el plano internacional, demostrando impronta en los partidos más exigentes. A punto tal que una de las huellas de su ciclo fue su eficiencia en los mata-mata. En contraposición, aunque Demichelis arrasó en el plano local con enorme facilidad, no logró trasladar tal superioridad al terreno Conmebol. El planteo fallido frente a Fluminense en una derrota durísima (1-5) y la falta de jerarquía que mostró en la serie ante Inter pesaron en el momento, pero todavía más con el pasar de los meses.
La eliminación, sumada a la temprana salida de la Copa Argentina frente a Talleres, generó un sensación de año extra large que no fue compensada por el clima de “armonía” que Demichelis intentó instalar. Porque las filtraciones de sus charlas en off con los periodistas, diálogos en los que criticó el rendimiento de algunos de sus futbolistas, lo ubicaron en el centro de la escena. Ahí se produjo un quiebre en la relación con los jugadores: no es casual que tanto Enzo Pérez, el capitán y emblema, como Emanuel Mammana pasaran de hacer pogo en el vestuario al grito de “la Michoneta” a evitar nombrar al entrenador en sus respectivas despedidas del club. Y eso la gente, está claro, lo percibió.
A partir del Demichelis-gate nada fue igual. Los errores se resaltaron. Quedaron en carne viva las falencias en la marca en las jugadas de pelota parada. Se interpretó como un gesto de condescendencia hacia los líderes la presencia en continuado de ilustres de gran talento pero que no certificaban su titularidad en los hechos (Manu Lanzini, Nacho Fernández, Milton Casco). Y, en el contexto de la dificultad de gestión de un plantel largo ante una sola competencia, tampoco fue clara la administración de los minutos de dos jugadores que generaban enorme expectativa: el Diablito Echeverri y Sebastián Boselli. Futbolistas a los que el DT no utilizó en la fase regular de la Copa de la Liga Profesional -lo que hubiera resultado ideal para que el uruguayo se fogueara; el chaqueño estaba en el Mundial Sub 17- pero a los que recurrió en instancias decisivas, ante Rosario Central.
En favor de Demichelis: el tiempo le permitirá aprender. No sería fácil tomar las riendas del club post Gallardo. Y lo hizo sin perder el envión: punto a su favor, nada menor. Ahora tendrá el desafío de armar a “su” River, a su gusto, y con una plantilla con mínimos vestigios de la era que lo precedió. Y es tan cierto que la de Gallardo será una sombra con la que contrastarán sus derrotas o desaciertos como que en los primeros meses del año existía una sensación de etapa superada, de transición ideal. Deberá, entonces, ajustar los detalles internamente para recuperar esa comunión que en algún momento de este (largo) año se perdió…