El canto de los gallos despierta a Catalina Vélez, de 42 años, en la comunidad de San Francisco de Totorilla, parroquia cuencana de Tarqui. A las 05:20 y en medio del frío, ella camina 20 minutos para ordeñar a sus cinco vacas lecheras.
Viste abrigo, chalina, sombrero y botas para protegerse del clima y evitar que sus pies se mojen al caminar en medio del pasto húmedo, por las lloviznas. Escoge a la vaca, amarra sus patas traseras y en cuclillas empieza el ordeño.
Esta tarea, que realiza toda la semana, la aprendió de su padre, cuando cuidaban una hacienda en la vecina parroquia de Victoria del Portete. Al casarse, Vélez compró su primera vaca para seguir en esta actividad y mantener su hogar.
“El trabajo es duro, madrugar con frío o lluvia. Ahora, el pasto está dañado por las recientes inundaciones y los intermediarios no pagan el precio oficial de USD 0,42 el litro”, dice Vélez. Ella vende a USD 0,35, su vecina Florinda Largo a 0,31 y otros amigos a 0,25.
Nadie les explica por qué existe esa diferencia, pero conoce que las pequeñas fábricas de lácteos de la zona pagan mejor que los intermediarios de las industrias lecheras. “Nos dicen que las fábricas no están procesando las mismas cantidades que antes de la pandemia”, comenta Largo.
La producción de leche fue de 6,1 millones de litros diarios el año pasado. Fueron 500 000 litros menos que en el 2019, de acuerdo con la encuesta de Superficie y Producción Agropecuaria, publicada este mes.
Con 312 000 cabezas de ganado, Azuay ocupa el segundo lugar en la Sierra, luego de Chimborazo, que tiene 320 000.
En puestos secundarios están Cotopaxi y Pichincha.
Tarqui, Victoria del Portete y Cumbe son las parroquias de mayor producción lechera del cantón Cuenca. Este oficio está en manos, principalmente, de las mujeres; cada familia tiene unas cinco vacas, de las que obtienen un promedio de 40 litros de leche diarios, de acuerdo con Ángel Guamán, quien trabaja en una microempresa láctea de Cuenca, donde bajaron su producción a la mitad por esta situación.
A partir de las 07:00 ya se ven camionetas y pequeños camiones que recorren las angostas carreteras de tierra recolectando la leche que dejan los ganaderos en la vía.
Gloria Tenesaca, de 57 años, no para de trabajar, porque las vacas tienen que ser ordeñadas todos los días. Pero desde junio del 2020 su comprador solo le recibe el producto cuatro días a la semana y por eso acepta otras ofertas por debajo del precio oficial.
Para Gabriel Espinosa, presidente de la Asociación de Ganaderos de la Sierra y el Oriente (AGSO), es una situación perversa, porque allí entra el mercado informal. “Al final ese ganadero venderá el producto a menor precio, o sea regalarlo, para evitar más pérdida”.
Según la AGSO, la baja demanda responde a la suspensión del programa de desayuno escolar del Gobierno, porque los alumnos están en clases virtuales; eso significaba 250 000 litros al día.
El consumo de leche también bajó porque muchas personas perdieron sus empleos y ajustaron sus economías. Según Espinosa, el consumo per cápita en el país es de 90 litros por año, cuando la media que establece Unicef es de 170.
Otro factor es que los hoteles, restaurantes y cafeterías tampoco están activados al 100% y eso afectó al sector.
En medio de esta situación y pese a sus 70 años, Florinda Largo, no se desanima y sigue ordeñando sus cuatro vacas, para ganar USD 6,51 al día. “Vivo del bocadito de leche que me dan mis vacas. No tengo otro oficio”.
Cuando las vacas producen más, ella se pone más contenta porque sabe que tendrá más rendimiento. “Es baratísimo lo que nos pagan, se sufre cuidando al ganado y hay bastantes gastos, como comprar los alimentos extras, medicamentos y alquiler de pastizales”.
Espinosa cree que esta situación cambiará cuando las industrias lácteas compren directamente el producto a los pequeños ganaderos y no a unos pocos, como ocurre en la actualidad. “Hay que transparentar quiénes trabajan directamente con los ganaderos”. Pero también sugiere que se camine hacia la exportación.