Más de un desprevenido se queja pensando que la división de los equipos en las dos zonas en las que se juega la Copa de la Liga fueron hechas viendo los resultados de la Liga Profesional hace un par de semanas, cuando en realidad se sortearon en noviembre del año pasado. Pero es cierto que al ver cómo quedaron conformados, uno de los grupos agrupa a la mayoría de los que están comprometidos con el descenso. Y entonces, por más que lo más importante del torneo siempre esté enfocado en los que luchan arriba de la tabla, son muchos los que tienen que jugar “una final del mundo” fecha a fecha.
Por más esfuerzo que se haga, es inevitable que la presión por estos duelos durísimos influyan y mucho en los jugadores. Independiente, que en un momento se había despegado del fondo, ayer no jugó en su casa si no que sufrió el partido en su casa. Ni siquiera el envión de haber pasado de ronda el martes pasado por la Copa Argentina ni la llegada de Mancuello le dio mucho aire para que los nervios no se transformaran en una imprecisión alarmante. Y Colón, al que no le sobra nada de nada, se fue liberando e intentando jugar aprovechándose de que su rival entró primero en crisis.
El círculo vicioso se arma solo: nervios = imprecisión = poco fútbol = derrota = enojo de los hinchas = más enojo de los hinchas = nervios y de vuelta a empezar. El desafío que tienen todos es sobreponerse primero al contexto porque en cuanto la urgencia le gana por goleada a lo necesario y se va formando una bola de nieve imparable. Que la continuidad de Ricardo Zielinski esté en duda luego de la primera fecha es un ejemplo más de lo difícil que se puede transformar el clima en un circuito virtuoso.
El descenso es sin dudas un golpazo para cualquiera. Por más que sea sólo un drama futbolero, el combo de la pasión de los argentinos con el fútbol incluye todo: la emoción de todo un pueblo cuando se ganó el Mundial hace ocho meses y el de sufrir horrores con “finales del mundo todas las fechas” caminando por la cornisa de la pérdida de la categoría.