Cada historia es distinta y Gareca escribió la suya con apenas un lápiz y un papel. Cuando llegó en marzo del 2015, el argentino no solo asumió “el reto más importante de su carrera”, como el mismo describió, sino que también enfrentó el sentir de un pueblo consumido por la frustración del fracaso continuo de no clasificar al Mundial. La desilusión era tan grande como las ganas de regresar a la élite del fútbol y la confianza estaba absolutamente perdida. La fe en el trabajo del ‘Tigre’ era casi nula, y no solo porque era un técnico inexperto dirigiendo a selecciones, también porque a simple vista no tenía jugadores con los podía sostener su proceso. Entonces, la tarea era enorme y era necesario colocar la primera letra para escribir su historia.
Ya sea por el partido contra Venezuela en Lima en marzo del 2016 o la Copa América Centenario de ese mismo año, hubo un antes y un después que favoreció a Gareca. La gente notó el cambio y empatizó con el argentino, los resultados empezaron a darse y el discurso del ‘Tigre’ convenció no solo a sus jugadores, sino también a la gente. Aquel DT inexperto proyectó la figura de un líder al mando de una selección renovada y ese contexto de triunfalismo contagió el ánimo de todos con la clasificación a Rusia 2018. Esa fue la cúspide de su historia, el éxito más grande de su carrera y el recuerdo más anhelado de esta generación. Gareca representó todo lo bueno en un país afectado por las decisiones políticas, los problemas sociales y la crisis pandémica que azotó nuestra nación. Pero eso quedó en el pasado y en la mente de quienes lo recordamos.
“Lo que le ha quedado en nuestra mente es que Gareca es un tipo que resolvió los problemas del futbolista peruano, siendo este concebido como un sujeto que surge de un contexto adverso y que necesita que le enseñen a pensar, una lógica que apunta a la figura de un caudillo, pero vista desde una escala menor. La sociedad peruana busca a ese caudillo, que resuelva todo. No solo pasa en el deporte, también en la política”, le dijo Jaime Pulgar Vidal a la periodista Virginia Siaden en su momento. Y quizá eso basta para entender lo que fue el movimiento Gareca.
Con Reynoso, en cambio, esa conexión con el hincha es diferente, incrédula y hasta cierto punto conflictiva. Nadie duda de su experiencia, su capacidad y su enorme trayectoria; pero en el plano sentimental no termina de empatizar con el sentir del peruano común. El perfil de Reynoso es otro y su imagen proyecta una figura distinta a la del caudillo que construyó Gareca y del que hablaba Pulgar Vidal. El ‘Cabezón’ es un estratega, un cerebro pensante, un tipo que aparenta ser frío y analítico en los momentos calientes. Entendamos que Reynoso no es Gareca, pero estamos tan acostumbrados a lo que nos dejó el ‘Tigre’ que se necesita tiempo para darle un ‘cachito’ de confianza al nuevo entrenador.
Incluso, si Reynoso lograra la clasificación al Mundial de Norteamérica 2026, superando los obstáculos que su antecesor también enfrentó para conseguir el objetivo final, ese cariño y agradecimiento que podamos sentir por él no será el mismo que alguna vez sentimos por Gareca. Ya sea por contexto, por momentos o por los personajes, pero toda razón es válida para justificar la anterior afirmación. Quizá, esa sea la mochila que Reynoso deberá cargar; pero él también decidirá cuándo quitársela. El ‘Cabezón’ es dueño de su propio destino y de él dependerá qué historia desea escribir.
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