La vida,y por ende el fútbol, está llena de frases hechas que no siempre sintetizan la realidad. Cada vez que se acerca un desafío importante, si hay otro compromiso que lo antecede se recurre al “vamos paso a paso”. Tanto en River como en Boca, si esta semana tuvieran que jugar contra el último de liga de Mozambique, apelarían a ese recurso para gambetear las miradas que llevan al superclásico del domingo. Pero el contexto con el que se encuentran en estos días les da licencia total para centrarse sí o sí en sus partidos inmediatos.
A ninguno le sobra nada en la Copa Libertadores. Nada. Y ninguno de los dos la tiene fácil. El calendario no les dio respiro con un rival sencillo en casa como para evitar viajes, rotar algún jugador cansado o bajar las cargas. River y Boca necesitan salir bien parados de sus visitas a Brasil y a Chile, respectivamente. A Demichelis y compañía la derrota en la altura le condicionó el arranque general en el torneo continental. La “vida” que tenían ya la perdieron, juegan contra un rival fuerte como Fluminense y otro golpe los dejaría muy heridos. Para Almirón y los suyos, en tanto, volverse con las manos vacías sería un nuevo retroceso justo cuando se empezó a mostrar una mejoría de juego y un cambio de ánimo general. Hasta desde lo económico, para los clubes y los jugadores los triunfos coperos tienen 300.000 dólares de diferencia. Eso también pesa. Y en ambos casos, el efecto Copa juega el Súper.
Nadie lo va a aceptar -y lo bien que hacen- pero internamente deben ser mayoría los que firmarían hoy un empate. A primera vista y sin sorprender, el candidato está claro: hay un puntero que viene jugando bien, que le lleva 16 puntos a su superclásico adversario, que será local y que, más allá del poco riesgo a nivel posiciones, no querrá esa mancha en el recorrido del torneo. Y Boca, por el contrario, en su camino a la recuperación sabe que su visita a Núñez no debe terminar con una trompada futbolera que lo desacomode más de lo que está.