«Mi sueño es llegar a la Primera de Boca, a la Selección y jugar un Mundial”. La frase de Valentín Barco tiene apenas dos años y medio. Y tan rápido pasó todo para él, que hoy, con tan sólo 18, ya cumplió uno de sus deseos y está ahí nomás de completar los otros dos, al menos para su categoría: figura en la pre lista de Mascherano para disputar el Mundial Sub 20. Es cierto que la aspiración del lateral es hacerlo con la Mayor, pero todo indica que no le faltará oportunidad. Y más, si repite otras noches mágicas como la del martes en la Bombonera. En efecto, el pibe del que todo el mundo habla, el que empujó a Boca en el peor momento con Pereira, el que asistió a Varela en el gol agónico, el que se fue ovacionado por los hinchas en su primer partido de Libertadores, tiene una historia que contar.
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En definitiva, eso fue lo que sucedió. El 3 de febrero, Barco firmó por una sola temporada, hasta diciembre del 2024, con una cláusula de diez millones de dólares. El tiempo de duración de su vínculo y el monto a pagar por su eventual salida hoy parecen poco. Su partidazo ante Pereira, su posible citación al Mundial Sub 20 en nuestro país y, sobre todo, su proyección, son una satisfacción pero al mismo tiempo una preocupación a futuro, por el temor a perderlo o a disfrutarlo casi nada. Sin embargo, fue una de las condiciones que puso el jugador y su representante, Adrián Ruocco, también agente de Carlos Tevez, y de relación tirante con Román y su Consejo. Esa situación, sin dudas, tuvo su peso en la negociación y en que el lateral no asomara antes en la Primera. Nadie dudaba de que, cuando la pisara, sería para no salir más.
Pero lo más llamativo se dio con Ibarra. El Negro, a pesar de haberlo dirigido en ese título y luego durante siete meses del 2022, nunca le dio la chance. Ni un partido, ni un minuto. Aun cuando Fabra pedía salir. Sólo lo subió para algunos entrenamientos, pero nada más. Incluso, en una ocasión, lo bajó a la Cuarta, como castigo. En el club, en ese momento, hablaron de una falta de disciplina del juvenil, tanto adentro como afuera de la cancha, que hizo que perdiera terreno. Por entonces, no sólo corría detrás del colombiano y Sandez (a los que ahora parece haberse devorado en dos partidos), sino también a la cola de Nahuel Genez.
La personalidad de Barco siempre fue un tema de atención. “Es un chico bueno, pero hay que saber guiarlo, porque confía mucho en sus condiciones y a veces, por eso, cancherea”, suelen decir en Boca, sobre todo quienes lo conocen de sus tiempos de Inferiores. Al Xeneize llegó cuando tenía nueve años. Y comenzó a entrenarse en La Candela.
Un jugador de ida y vuelta
Eran tiempos difíciles para el lateral, oriundo de 25 de mayo, y sus padres, que debían hacer 420 kilómetros ida y vuelta para que su hijo pudiera cumplir el sueño azul y oro. En principio lo hicieron dos veces por semana, los martes y los jueves. Luego, la frecuencia fue mayor.
“Había veces que no teníamos plata. ‘Tenemos para el gas y el peaje. Vamos y llevamos el mate’, le decía. ‘Sí, ma, vamos’. Ha ido hasta con fiebre a entrenar, vomitando en el viaje dentro de una bolsa… Fue mucho sacrificio”, contó tiempo atrás Patricia, la madre de Valentín, que recorría el mismo trayecto a diario en un confiable Renault 12 que toda la familia recuerda con felicidad.
Hay una anécdota que pinta de cuerpo entero la situación: cuando terminaban los partidos de Infantiles, los chicos recibían de parte del club un sándwich y un jugo como vianda. El lateral, un día, pidió si le podían dar dos: uno era para su mamá, que a veces no comía con tal de que su hijo pudiera ser lo que hoy es.
Cansados de ese ida y vuelta, la familia se mudó a una casa que estaba cerca de La Candela, pero ese plan no duró demasiado. Así fue que volvieron a viajar hasta que Valentín empezó a jugar en las Inferiores y, ahí sí, pudo entrar a la pensión del club en Casa Amarilla. Desde entonces, siempre fue considerado una de las joyas de Boca. Arrancó como volante ofensivo y luego, en Novena, Luis Rogelio Lúquez, un ex jugador del club que lo dirigió en esa categoría, lo ubicó de lateral izquierdo. Desde ahí, no paró de crecer. Y si bien todavía tiene 18 años, algo está claro: sin las situaciones que fueron frenando su despegue, habría tenido esta chance en Primera mucho antes.
Fue Almirón, en definitiva, el que le terminó dando ese paso que él esperaba de un entrenador. El mismo día que asumió y que fue presentando en la Bombonera, el entrenador lo fue a ver a Reserva por la noche, al predio de Ezeiza, en el partido con San Lorenzo. Barco no la rompió, pero Almirón no dudó: con Fabra lesionado, al otro día lo subió a Primera. El resto, es historia conocida…