Joyce Higgins de Ginatta impulsó la idea de la dolarización desde dos años antes de que el Ecuador cambiara su moneda nacional y dice que el proceso hubiera sido menos traumático, de implementarse antes. La empresaria guayaquileña, ahora consultora, repasa detalles de esa transición y de su propio tránsito por el mundo empresarial.
¿Usted es una dama del hierro?
Comencé en el negocio del hierro por el año 70, precisamente, en una pequeña empresa y entonces no era ingeniera comercial ni nada. Ni siquiera sabía leer un balance y tuve que aprender en un proceso casi de autoenseñanza. Me hice empresaria antes de ir a la universidad: mi esposo enfermó y tuve que asumir una empresa que estaba en muy malas condiciones. La compañía estaba casi quebrada; era un garaje en un terreno donde tenía el hierro. Con el tiempo empecé a traer sanitarios, de los que tampoco sabía nada, después cerraduras, baldosas, cielo raso acústico, entré en el negocio de las ferreterías.
¿Se arrepintió alguna vez de haber vendido la firma Ferrisariato?
Era una creación mía y quería que sobreviviera en el tiempo. El Ferrisariato lo inicié en 1989, lo vendí en el 97 a la familia Czarninski. Sabía que las empresas familiares se dañan porque comienzan los primos a pelearse. Tengo 13 nietos, 12 hombres y una mujer: imagínese lo que significa eso para una empresa. También intuía la crisis que se venía y sabía que los únicos sobrevivientes iban a ser los gigantes: yo tenía una empresa grande, pero no una gigante. La crisis comenzó en el 98 y en el 99 terminó de explotar. Ferrisariato tenía cinco tiendas y ahora tiene unas 60 o 70 en todo el país.
¿Cómo era ser una mujer empresaria en sus inicios?
Uno no podía meterse en un automóvil con un hombre porque le armaban unas historietas, y en un mundo de negocios dominado por hombres, era un problema. La primera reunión que tuve fue con 10 hombres en la biblioteca del Club de la Unión. Llegué sola, me miraron como bicho raro. Fui irresponsable también: viajaba sola a conocer a los proveedores, en busca de nuevas oportunidades. Tuve episodios como una intoxicación en Atenas, casi muero. De Atenas me iba a Taiwán, donde tenía un proveedor que era amigo, entonces dije: ‘bueno, si estiro la pata, lo haré al menos con alguien que me conoce’ (se ríe). El cigarrillo era mi compañía, me fumaba 60 cigarrillos diarios, luego los bajé a 18: el número de horas que estaba despierta (imagínese atravesar el Atlántico en un vuelo de más de 12 horas sin fumar). Hasta que un día dije no más.
¿Y de dónde salió el apodo de la ‘Virgen de Vilcabamba’?
Como se dice que en Vilcabamba está la fuente de la eterna juventud, me decían que iba a Vilcabamba. O se metían con mi peinado. Era una forma de atacarme, porque cuando ejercí la presidencia de la Cámara de la Pequeña y Mediana Industria del Guayas (1991 a 2001) comencé a denunciar de frente la corrupción. Cuando impulsé la dolarización me mamé el tema de ‘que tenía que ser mujer, para ser loca y bruta’. Nunca viví del qué dirán. Trabajaba como burro, pero también me divertía. Si se tomaban el tiempo de atacarte, quería decir que algo estaba haciendo bien, porque si no, ni te toman en cuenta.
¿Se suele subestimar el papel de la microempresa en el desarrollo?
Son una palanca de desarrollo. Siempre creí que la clase media era la más importante para la sociedad y que la pequeña y mediana empresa la representa. Empecé también como microempresaria y por eso me gustó tanto trabajar por este tipo de empresas, que era donde más mujeres había. Cuando empecé en la Cámara ni se sabía lo que era una pyme; pusimos de relieve la importancia de la pequeña y mediana empresa.
Su historia empresarial incluyó toda una serie de saltos ¿Nunca le temió al cambio o al fracaso?
Al contrario, necesitaba cambiar. Necesitaba estar delante de… Esa era para mí la emoción. Si alguien me dice que un empresario nunca ha tenido problemas, que nunca se ha caído una o dos veces, es mentira. Uno se puede caer y tiene que levantarse, solucionar y someterse al cambio. El cambio es emocionante cuando juegas limpio; siempre me encantó la competencia limpia, comenzando por jugarle limpio a los empleados.
¿Y qué nos puede decir sobre la famosa ‘zona de confort’?
Hay que asomarse a la ventana y ver lo que pasa afuera. Quedarse en un solo lugar solo porque estás cómodo es muy aburrido. Es lo que está pasando en las sociedades; no podemos ser una sociedad civil momia. Somos habitantes, tenemos que convertirnos en ciudadanos, exigir a los que están en el poder rendición de cuentas y sacar a la luz lo que están haciendo. He promocionado una ecuación que dice que corrupción es igual a monopolio más discrecionalidad menos rendición de cuentas.
¿Cuál es la clave para lograr cambios desde la sociedad civil?
La comunicación. Si no hay comunicación no se pueden cambiar las cosas, se pueden aglutinar voluntades sobre esa base y se pueden lograr cosas como cambiar la moneda de un país. Siento que ese es mi legado.
¿Y el papel de la protesta social?
Mire, yo lancé la idea de la dolarización en septiembre del 98, primero le vendí la idea a la gente y recién fui donde los políticos en septiembre del 99, cuando intuía la escala de inflación. La marcha de los crespones negros la organizamos en marzo o abril del 99, repartí estos crespones entre la gente. Y supe lo que es que la masa te empuje como aplanadora. Llegó un momento cuando llegamos a la Gobernación, que unos dijeron: ‘¡Hay que quemar el edificio!’. Entonces no sé como fui a parar encima del balde de una camioneta, alguien me dio un micrófono: ‘Esto es una marcha cívica y pacífica. Es hora de ir a casa’. Y la gente comenzó a retirarse. Ahí me di cuenta del peligro de las masas, cuando hay gente mal intencionada y que le apuesta al odio. Eso no es lo que hace que los países prosperen.
Trayectoria
Introdujo en el debate público la idea de la dolarización en Ecuador, como alternativa para una crisis que inició en 1998. Es ingeniera comercial de la U. de Guayaquil y fue parte del programa Owner President Management de la Universidad de Harvard.