Son las 20:00 y solo falta que una sirena nos anuncie que en Ecuador hay que encerrarse porque comenzó el toque de queda. Y a esa hora comienza el diálogo con Patricio Estrella, el director del grupo de títeres La Espada de Madera, que hace 30 años creó un personaje que ya es un clásico en las artes escénicas del país: ‘El tío Carachos’.
¿Cómo lleva estos encierros?
Es medio absurdo porque te imponen algo por el miedo. El arma más poderosa es el miedo. Y por miedo a que te contagies tienes que hacerlo. No es tan malo encerrarse, siempre y cuando sea voluntario. Yo aproveché este año para hacer una pausa, más que por la pandemia. Me tomé un año zen, sabático, y decidí dedicarme a crear. Me parecen algo excesivas estas medidas, pero también la pandemia y la situación en que estamos son indescifrables. Estos encierros son una confusión de sentimientos, de sensaciones.
No todos pueden tomarse los años sabáticos en pandemia…
Yo aproveché la pandemia porque me di cuenta de cómo venía la cosa. Incluso me vine a vivir al teatro en Zámbiza porque me ofrecía vivir tranquilamente, en condiciones dignas, con espacio para la vida, y con el teatro para crear. Y me fue bastante favorable para pensar y repensar el trabajo que he venido haciendo. Ya son más de 35 años dedicados al teatro y casi 60 de vida. Uno, que ha dedicado toda la vida a este oficio, también tiene que sentarse a visualizar qué ha hecho y sobre todo cuáles son los derroteros a seguir en la vida…
¿Qué pudo ver en esta retrospectiva obligatoria?
Que ha sido una vida fructífera. Y me he dado cuenta que he debido ser valiente porque vivir 35 años dte arte no es cualquier cosa. Y creo que ha sido bueno tomar la opción de vivir de este oficio, que se produce diariamente. Hemos hecho muchísimas obras, unas 30 en los 31 años de La Espada de Madera’.
¿Qué viene a ser lo valiente?
Me refiero a que, pese a saber cuán difícil es el mundo del arte, tomar esta alternativa es una decisión que necesitó de coraje. No todo el mundo opta por lo difícil, sino por lo que puede dar réditos o comodidad. Yo mismo me hubiera podido dedicar al derecho para alcanzar esa tranquilidad.
Pero no es como para condenar a los que optan por la serenidad…
En absoluto. Lo digo porque yo estudié y me gradué de derecho. Más que condenar, es porque yo tuve esa posibilidad. Cuando terminé la ‘U’ me dije que tenía dos alternativas: el derecho o el izquierdo. Opté por el izquierdo y me ha dado una vida llena de satisfacciones. En las buenas y en las malas, el teatro me ha sostenido.
Ocurre que queremos las funciones gratis, los libros gratis, la cultura gratis…
No quiero echar la culpa al público de no venir y no pagar. No es una cosa de culpas. También es saber qué hemos hecho para tener o formar un público. Y por otro lado, el Estado, al no crear políticas, no ha logrado las creación de un público para sostener la actividad de un artista. Si hace 20o 30 años el Estado se hubiera ocupado de crear la necesidad en los estudiantes y los niños, ellos estarían ahora pagando la entrada. Es algo muy complejo, pero hay que seguir apostando. Siento que uno tiene que salir a buscar el público. Nosotros tenemos que seguir en esa búsqueda de que venga y sostenga el movimiento. El público siempre está cambiando.
Lo logró con ‘El tío Carachos’…
‘El tío Carachos’ nace desde la necesidad económica y de experimentación con los títeres. Creamos La Espada de Madera en París cuando estrenamos ‘El dictador’. Regresamos a Quito hace 30 años. No pasaba nada. No había las condiciones: no teníamos qué vender ni a quién vender. Volvíamos de una experiencia diferente en París. Me dediqué a explorar la narración oral y salió ‘El tío Carachos’. Y tuvo la bendición de los dioses. Desde la primera función la gente se enganchó y comenzó a caminar. Y abrió las puertas a la Espada: nos invitaban al exterior y luego pudimos ir con otras obras. Ha sido algo muy grato.
Si siempre hubo prejuicios respecto a los teatreros, no quisiera imaginar los que hubo cuando se decidió por ser titiritero…
Soy titiritero por casualidad. Yo era actor, pero se me cruzó un títere en un festival de Machala. Fui como actor y no sé por qué no llegó uno de los titiriteros de un grupo. Me pidieron que les diera una mano con el tambor y unas campanitas. Me divertí como nadie viéndoles los gestos detrás del teatrino. Me pidieron que les acompañara a otra función y luego que usara un títere. Me enseñaron más o menos una técnica y así comenzó este enamoramiento.
Y como todo enamoramiento, apareció nomás…
Un largo enamoramiento. Sí, creo que se lo ve como un género menor, pero el títere es algo impresionante: tiene la capacidad de hacer lo que un actor no puede. La magia que tiene ese objeto en escena es indescriptible y más aún si tienes una técnica que te ayude a potenciar ese elemento. El público tiene una empatía más grande con el títere que con el actor. Además, con su desparpajo, tiene la potestad de hacer y decir lo que le dé la gana. El público lo acepta diga lo que le diga, así les insulte, porque sabe que es un juego, que se despoja de esta seriedad y con el títere se vuelven uno. El actor se anula, lleva el gesto a nivel cero para que el títere exprese sus emociones. Ya la palabra títere te ubica en otro lado. A nosotros, incluso, nos ha salvado de unas cuantas.
¿Cómo que les ha salvado?
Claro. Como viajamos por el mundo, al principio decíamos que éramos artistas en los aeropuertos, en las aduanas, en las carreteras. Nos revisaban todo siempre. Cuando una vez respondimos que somos titiriteros, la reacción fue distinta. “¡Ah, títeres!” Nos evitamos montones de problemas. La palabra títere en cualquier ambiente te desarma y te pone en otro nivel. Es muy lindo ver esa relación.
Trayectoria
Es director del grupo La Espada de Madera. Su obra ‘El tío Carachos’ lleva 30 años de vigencia. Otra de sus piezas importantes es ‘El Quijote’, que narra el último segundo de la vida del caballero andante. Recién estrenó virtualmente ‘Aleluya erótica’.